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Segregación socioespacial de la población mayor en la Ciudad de México, 2000-2010

sostenidas en un marco de igualdad, cercanía personal

y cooperación (Uhlenberg, 2000).

En las grandes ciudades mexicanas la segrega-

ción espacial entre generaciones dificulta y encarece

cuidar de su población envejecida. El contexto social,

económico y espacial en la Ciudad de México no fa-

vorece el apoyo de los jóvenes a la población mayor.

El incremento en la movilidad laboral (intra e interur-

bana) de los jóvenes, sus bajos niveles salariales (que

exigen que ambos integrantes de las parejas jóvenes

trabajen, dejando menos tiempo disponible para el cui-

dado de los mayores), ha provocado que la tecnología

(

e.g. WhatsApp, Twitter, e-mail

) sea un elemento cla-

ve para la comunicación y la convivencia, que pocos

adultos mayores dominan. La separación espacial pro-

voca, en parte, que los vínculos sociales y familiares

no sean tan sólidos como en el pasado, con lo que se

incrementan las distancias intergeneracionales. Al fi-

nal, la segregación espacial limita los contactos socia-

les y familiares cara a cara, y en consecuencia el apoyo

de los jóvenes a la población envejecida (Moritz, 2014;

Torres

et al.

, 2011).

Este distanciamiento socioespacial (

v.g.

que inte-

gra lo social, lo económico, lo cultural, lo espacial) en-

tre los jóvenes y la población envejecida es clave para

México, ya que en nuestro país el apoyo de la familia

es básico para proporcionar protección y soporte en

la vida cotidiana de los adultos mayores (Guzmán

et

al.

, 2003; Márquez

et al.

, 2006), tanto para hombres

como para mujeres, aunque los apoyos son diferencia-

dos por sexo (Montes de Oca, 2001a; 2001b; 2004).

La distancia socioespacial entre generaciones

cobra mayor importancia si se considera que los paí-

ses de América Latina más avanzados en el proceso de

envejecimiento (

e.g.

Uruguay) registran proporciones

relativamente elevadas de adultos mayores que viven

solos, lo que sugiere que es probable que el resto de

los países latinoamericanos sigan esa misma trayec-

toria (Saad, 2003). En México, dicho porcentaje en las

ciudades es de alrededor de nueve (Sánchez-Gonzá-

lez, 2007; inegi, 2010). Esta situación se verá acen-

tuada por diversos factores sociodemográficos, como

la reducción del tamaño de las familias, la disminución

del número de hijos y una tendencia más elevada de la

ruptura de las parejas (Montes de Oca, 2000; Ham,

2003). El tema de los adultos mayores que viven

solos (y, con cierta frecuencia, aislados) es estraté-

gico para la planeación socioespacial de las ciudades,

dado que el apoyo oportuno de la familia y de las

redes sociales es fundamental para lograr un enveje-

cimiento colectivo satisfactorio.

No obstante, aunque se ha reportado que

la co-

habitación intergeneracional puede enriquecer la vida

del adulto mayor, no hay ninguna garantía de que eso

suceda, ya que incluso puede significar maltrato (Ruelas

y Salgado, 2006; Zamorano

et al.

, 2012). Así, la se-

gregación residencial no es negativa en sí misma (o

maligna, como mencionan algunos autores: Sabatini

et

al.

, 2001), sino que también implica ventajas. Vivir en

zonas segregadas por edad puede facilitar la conviven-

cia de los ancianos con sus redes de vecinos y ami-

gos, que son, después de los hijos y nietos, la segunda

fuente más importante de apoyo en las sociedades la-

tinoamericanas (en ocasiones más que los hermanos

u otros familiares directos: García y Madrigal, 1999),

en un ambiente de tranquilidad y parsimonia que a me-

nudo es ajeno a los más jóvenes (Torres

et al.

, 2011).

Muchas personas mayores de la Ciudad de Mé-

xico, incluso de colonias en pobreza, señalan diversos

beneficios de la segregación residencial. Por ejemplo:

la posibilidad de establecer contactos más sólidos y

frecuentes con vecinos y amigos, convivir y partici-

par cotidianamente en actividades religiosas y fiestas

de barrio, conformar redes sociales sólidas de apoyo

mutuo en la vida diaria y en las adversidades. En ese

sentido, más que de segregación se podría hablar de

congregación (Zamorano

et al.

, 2012: 101), la cual

construye grupos e identidades de individuos enveje-

cidos (Sabatini

et al.

, 2001).

Estas experiencias, sin embargo, dependen de

las cambiantes características del espacio intraurbano,

por ejemplo: seguridad, intensidad del tráfico, existen-

cia de amplias avenidas que operan como fronteras al

interior de la ciudad, localización de oportunidades (

e.g.

mercados, iglesias, parques, centros de convivencia),

o de riesgos (

e.g.

contaminación, falta de accesibili-

dad a servicios, banquetas que dificultan la movilidad,

desarrollos habitacionales verticales sin elevador)

o del tiempo de residencia (a mayor tiempo de resi-

dencia más solidez de las redes sociales y viceversa).